domingo, 19 de febrero de 2012

El Hombre Impenitente

Tocaba el teclado con su grupo y hacía bolos por bodas, fiestas en pueblos y algún otro trabajo. Su mujer, y su segundo matrimonio, mucho más joven que él era la cantante. Una mujer muy guapa y vistosa: un pibón que dicen.


El peinaba una mata blanca de pelo y vestía de forma juvenil a sus cincuentalargos en un look que algunos calificarían como madurito interesante en Benidorm.


Pero él tenía una calentura, una fiebre, un volcán que le dominaba. Confesó que su mujer le tenía controlado el dinero pero que él procuraba ir sacándoselo con excusas varias para que no le expoliase de todos sus bienes y le montase la definitiva y última bronca.


Aquí, allí, en todas partes encontraba nuevos objetos a su excitación. Cualquier mujer le ponía en un estado de sexual levantamiento que sólo podría solucionar poseyéndola o intentándolo al menos. No, no llegaba a ser un violador pero sí un ingenuo arrastrado por sus, por su único instinto.


Una noche ante unos whiskies nos contó que paseando por la playa había visto a una joven pareja haciéndose el amor en la playa y que no pudo menos que acercarse para ver si le admitían. Creo que los muchachos salieron despavoridos ante aquel loco. Al final de la noche, muchos más whiskies después, entre lágrimas confesó que había entrado en una iglesia para pedirle a dios que le arrancará semejante calentura. Pero él era el hombre impenitente.

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