Entrego a la tarde gris pensamientos mecidos en copas de árboles. Pulso teclas de metálico continente y desangrado contenido. No queda una gota en mis venas.
La boca seca pugna por sacar palabras del fondo de la garganta mientras el tacto seco de las pupilas se clava en una pantalla ventaniforme, deslizando una carrera de caracteres a veces indescifrable, otras automáticas hormigas voraces de sentimientos y rotos pedazos de mi anatomía.
No me siento joven, ni vieja, sólo cansada de evitar grandes males, males mayores sosteniendo con mi espalda bóvedas concéntricas de solitarios pesares, ahuyentando buitres en merodeo incesante sobre tumbas abiertas en tantas batallas. Rídicula lucha, tal vez mejor no emprenderla una y otra vez, dejarse arrastrar por la inacción, a la pasividad por el destino.
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