Desentrañar no ayuda a salir del laberinto
donde, paciente, voy recogiendo el hilo
esperando, mientras escucho, la aparición del siguiente
Minotauro. Carreras de años, acortadas en pasos cada vez más
precisos y familiarizados al trazado invisible de la vida.
Sólo recuerdo que entré en él sin proponérmelo
y encontré toda clase de atropellos, tropelías sin nombre
a las que me sigo enfrentando pese a haberlas aceptado
sin posible heroicidad, sin fin, sin medida. Sin poseer escudos
de medusas ni pies alados, sólo con sangre, sudor y a veces
lágrimas. El cuerpo se ha ido endureciendo pero el alma se guarda
en el centro de mi craneo, esperando el golpe mortal
que la haga abandonar la memoria del ser.
Perfecta comprensión de los hechos, feliz hombre sin camisa
de mujer feliz, consciencia hiriente y herida.
Composición de fragmentos, estirada en tormento,
recompuesta y perdida.
Esto es la vida
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