Aquello comenzó intempestivamente, como comienza todo en la vida o al menos eso resulta a nuestro parecer.
Intuí algo en aquel monólogo desincronizado, un pánico del yo planeando la senda de la soledad y aterrorizado ante la misma. Una resistencia física y mental a desaparecer para siempre, urgido de la mirada de otros ojos para permanecer en el recuerdo de alguien. Todos necesitamos ser nuevos en algún momento y volver a descubrirnos trascendidos ante otros en una semidivinidad, mostrarnos en todo nuestro pequeño esplendor humano. Pero también pronto, observé la pequeña cuña del comentario opinado o inopinado, no estoy aun segura, el consejo y la comparativa aparentemente inocentes.
Intentamos seguir viéndonos aunque sin excesivo empeño, posiblemente un mera fórmula de urbanidad y cortesía, y de ahí salió el inicio.
Algún contacto de vez en cuando, sin demasiado empeño por mi parte, y ya veía entonces la telaraña que desplegabas torpemente y aquellos enfoques caleidoscópicos con que me mirabas. Me hacía gracia aquella parafernalia, y tus ensayos de macho limitado me provocaban cierta condescendencia y ternura. Sí, veía muchas cosas y todas eran las que traías en tu cabeza.
Oculta, pero yo era una diosa sexual, un pozo de sabiduría, una infinita conversadora, una mujer digna a imagen y semejanza de tus sueños. Por supuesto mi cuerpo no era éste, sería otro y cualquier otro que estuviera en tu imaginación y yo accedí a ello, sería todas las mujeres y cada una que necesitases. Esa es la cuestión: la necesidad.
Representar el papel de un sueño o una suposición resultó divertido al principio, pero un juego de siniestro aburrimiento con el paso de las citas. Asumir constatemente el rol de otra que no seas tú misma, y con lo que te ha costado conocerte como para que vengan a darte el cambiazo ahora ...
Lancé las tabas y los signos, siempre, eran adversos, pero aun así concedí la infinita y maternal caridad del beneficio de mis dudas ¿quién soy yo? ¿quién para desconfiar e interpretar los signos? Pero, en efecto, soy yo, yo la que tiene la experiencia que he ido extrayendo a base de inocularme venenos, yo la que me he acompañado, llevado y traído, a veces incluso al límite, yo la única que está y estará hasta mi final.
Precipitabas halagos en mis oídos, caricias y promesas de eternidad en mi piel, apenas unos latidos más rápidos durante unos segundos, el roce de nuestros sexos y aquella tibia humedad inhibida y morbosa, interpretando fielmente papeles antiguos diseñados y probados en nuestros genes, danzas de apareamiento que apartan velos y cortinas.
Yo era tu película, tu fetiche y talismán, nada mejor que una desconocida para atribuirle todos los poderes, sólo había que poner un pedestal y una imagen, crear una religión. Confieso que era consciente de aquel juego, de aquel fuego tuyo que no me quemaba y que sólo conseguía traer más luz a tu triste vacío. Yo era hembra y macho, hermafrodita de tu cuerpo, te daba todo para sacarte de aquel error, pero estabamos desnudos y nada había después, sólo lo que yo había entregado, lo que habías recibido. Tu siguiente paso sería, claro, tener un hijo.
Yo, ego te absolvo, ego me absolvo, del ego me desprendo y en la sombra sigo aun desconocida, te doy la espalda, conseguido lo que querías, y eso que querías eras sólo tu mismo y tu prolongación seminal hasta el infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario