domingo, 27 de mayo de 2012

Avería

Tres siempre es el número mágico, siempre uno en discordia o para equilibrar. Pero tres eran los equipos que usaban para cuatro personas y una siempre estaba en desventaja, como en el juego infantil de las sillas.

Tres no hablan entre si, menos aún con el cuarto. La estancia se pierde entre vejez y desorden pero a nadie parece importarle, tres sonríen a la cámara entretejidos en redes y cuerdas sociales, el cuarto sobra o falta.

A veces rotan y el cuarto en discordia varía su posición pero nadie es capaz de mirar fuera, lejos de la pantalla.

Transcurren años en ese trance desasosegante, vidas apartadas y abocadas a la plastificación, una inercia que apremia a volver prontamente a ocupar el puesto, una competencia de la camada por atrapar su posición y subsistir de la teta electrónica que inspira sus vidas.

La realidad entonces comenzó a ofrecer escenas demasiado hirientes, aposentados en sillas alrededor de la mesa eterna, sólo habían cambiado el taburete y la barra, pasan horas en el bar mientras fingen una elegancia ocupada y distraida donde no oír los gritos y juegos excitados de sus propios cachorros, cada vez más acelerados, cada vez más incontrolables. "Coge a tu hijo y llévatelo a dormir" puede ser la simple conclusión cuando la criatura entre gritos acaba orinando el suelo para llamar la atención progenitora, pero siempre que no se golpee con la excusa competidora de que el niño no ha querido dormir la siesta y ahora tendrá que aguantarse.

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