Nuestros más recónditos miedos y verdades, dudas e inseguridades se disparan por la noche, por eso generalmente dormimos para no asistir a ellos.
La noche oscura nos devuelve la mirada en nuestro interior desnudo y náufrago del día sin posibilidad de distracción ni artificio, solos ante nosotros mismos, ante el peligro que supone no conocernos realmente, ciegos en la oscuridad y ante nuestra alma negra y profunda. Terror al vértigo de enfrentarnos a nuestro propio abismo y no volver a salir de él.
La noche comenzó temprano tras un día que pudo haber sido extraordinario y se torno en corriente y previsible. Los factores climáticos y la compañía deberían haber sido propicios para mostrar un atisbo de felicidad, pero no, ésta no siempre acompaña.
Aún no había oscurecido por completo mientras desnuda sobre la cama me procuraba caricias y fantasías en las que todos mis amantes y ninguno aparecían consecutiva, secuencialmente, en grupos, tríos, pares o singulares prácticas.
Al calor se unía mi propio calor, la certeza de la piel de ser la única respuesta a tantas palabras vertidas. Un sólo abrazo habría bastado, pero hay cosas que no puedes pedir cuando no saben dártelas. Se siente o no es posible sentirlo, no hay patrones de conducta.
El espejismo flota vagamente entre mi sexo y algún recóndito lugar cercano a la nuca ¿cerebelo? Hay tantas partes de mi cuerpo que desconozco y quizá tengan la respuesta a mis extrañas emociones y reacciones más allá de genes, costumbres, educación o experiencia.
En el trance de los sentidos usurpo manos, bocas y penes de cada uno que fue mientras los perfecciono. Nunca suficientemente generosos, demasiado cobardes, poco arriesgados, su breve entrega perfumada de pobres egos y torpes excusas.
Al sopor siguió el sueño, y al sueño una llamada. Te he despertado / sí, mejor te llamo en otro momento / no ya estoy despierta. Quiero verte mañana otra vez / No, ya es demasiado tarde.
Una mujer nunca espera dos veces.
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