En el trapecio que forman
la conjura de la mente,
la acera de enfrente,
el cero agrupado e imposible,
y el sexo insaciable,
semáforos y aceras
de nobles cunas,
tarimas de madera crujen
bajo altares de budas
impávidos y cotizados.
Extraños besos nuevos,
cruzados destinos
la apresurada ciudad
que agita sus partículas
bajo el sol en otro verano
capaz de volver siempre
al mismo conflicto de calor.
Otra vez la cita se acerca,
soñado proyecto,
para provocar al destino
y cambiar su curso.
No existe nada
demasiado importante,
nada que tenga
sentido cuando
hace demasiado tiempo
que no nos visitan las emociones
y la música en las verbenas
es previsible.
Dejo ir la vista
al paso de los transeúntes,
asisto muda al trance
de los viandantes seguros
de saber adonde van.
Escapan los días entre
rayos de sol y sombras
de hojas que empiezan
a tapizar el suelo.
Busco en la Rosa de los Vientos
alguna de las cuatro esquinas
donde debería dirigir mis pasos
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