domingo, 10 de junio de 2012

Yace

Yace, piel de cera,

fragilidad de hoja seca,

pelo de hierba yerta.

Sola, ojos cerrados

sobre la mirada perdida,

apenas sujeta,

perpendicular

sobre la vertical

que sostiene

el péndulo parado.

La lucha final agotada,

sobrevenida la paz

después del ser,

Niña otra vez,

hallada después

de los surcos de vida

donde retiembla

la luz de una vela

consumida de

flores ajadas y coronas.

Su leve mano ofrecida

al breve adiós

del aire que acaricia

e, inadvertida, señala

los caminos postreros,

bifurcados y dubitativos

senderos infinitos,

detrás de cada rayo de luz

que hiere la penumbra

y restalla en la bóveda

de todas las estrellas

de ámbar y resinas

que manan del costado

en el murmullo incesante

que guardan

las raíces de los pinos.

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