Todo aquello, ésto, empezó por motivos perdidos en la memoria, en un lapso de tiempo que se ha borrado, al igual que ese momento que uno pretende atrapar en una consciencia firme y voluntaria para fijarlo como anclaje de la propia ubicación y acabará desplazado por el devenir de cualquier acontecimiento, incluido el vuelo de una mosca.
Pero vagamente recuerdo que debió ser Navidad, pues creo que sentía lo mismo que siento ahora en medio de estos navideños sonidos musicales que me angustian y aceleran mi sudoración, dilatando mis pupilas hasta el terror. Ese empeño de empalagar y dulcificarlo todo ya sé lo que trae y arrastra, tanta parafernalia enajenante, volver a sentirme estúpìdamente empujada, negar mis principios y someterme al colectivo sentimiento de impotencia, vaciar los agujeros de mis bolsillos con la excusa de la bondad. Romper el corazón y apretar el nudo de la garganta con los recuerdos de todos aquellos que no están más.
Sí, sin duda hacia frío y los días eran cortos, el dinero ausente, eso sin duda, la incertidumbre parecida. No, no mucho ha cambiado desde entonces. Mi credulidad sobre la comunicación, el diálogo y el altruismo ya hace tiempo que cayó por la borda y se ahogó.
Recuerdo sus manos cálidas en un tiempo desapasionado y desapacible, amantes desesperados por recuperar nuestra entidad y darnos una última oportunidad, contrarreloj, sorteando lo imposible y arañando lo improbable. Sabiamos que iniciar el juego era perder, conocer el camino y no transitarlo en un pacto de no agresión amorosa no era posible. Pero a veces la pasión rompía los diques de la contención y eramos capaces de atravesar en un lenguaje de cuerpos y miradas los horizontes a los que las palabras no se atrevían a llevarnos.
Esas vidas compartidas desde una versión propia, narrada y ajena, una perfecta relación que podría durar lo que queda de la vida, cuando nada se espera, cuando todo se ha perdido.
El en su cuarto, yo en el mío, separadas habitaciones y pabellones, furtivos, prohibidos, vigilantes y vigilados, apenas dos años que llenaron mi vida cuando la sentía acabada, mi galante amigo, a estos casi 80 años en que quién habría imaginado lo nuestro.
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