Un vago primer recuerdo en el que apenas vislumbro su cara, un olor y el sabor intenso e irrepetible del primer caramelo de fresa. El regreso nocturno en el coche, entre mis manos un bolso infantil de charol rojo con cierre de dorado de falsos rubís y, al abrirlo, en su rojo interior de plástico un bolsillo con un billete azul de desconocido valor para una niña tan pequeña.
No volvería a verla hasta años después, el mismo rostro, parece mentira como es capaz el recuerdo de devolvernos algo casi desconocido, casi olvidado en apariencia. El mismo olor, quizá whisky embriagado en algún perfume caro. Es tan correcta como amable, educación exquisita se le supone a aquella anfitriona beata y aficionada a los cócteles, aquella reconocida dama que pertenece a su alcurnia por ser hija de y mujer de. El celebre padre, tal vez sólo un oportunista y traidor, o ambas cosas que siempre requieren un olfato nato. El posicionado marido, un dedicado y aparentemente inocuo agente infiltrado en un medio social proclive a los contactos y la información.
El servicio distanciado, la mansión impoluta, y en un alarde de humorística confianza su confesa incapacidad de cocinar o hacer algo relacionado con lo doméstico, una forma de marcar las formas, su clase y su posición. Las damas han de justificarse en lo social con pobres, religión y alguna fiesta de tinte benéfico que maquille y justifique el lujo.
En mi interior adolescente sentía la injusta traición que nunca habría crecido sin sus palabras de vacíos halagos y adulaciones hacia ella, la que siempre faltó en mi pasado. No era suficiente con una antigua amistad, no, la situación habría exigido humanamente más. Pero ella no es humana, es sólo la perfecta gracia y el saber estar correctamente, disfrazando su whisky en una taza de té, un rosario de perfumado palo de rosa y una presuntuosa confesión de tener Las Moradas como libro de consulta siempre sobre la mesilla.
Quizá en ese momento esperé algo más de ella, una explicación, una disculpa, una recompensa, pero nada de eso ocurrió y no volví a verla nunca más.
A veces me encuentro realizando acciones que surgen de mis genes, de la educación y sensibilidad familiar aún siendo ajenas incluso a mi propia voluntad. No lo que yo habría hecho si no lo que otros habrían hecho como correcto, algo que debería hacer en su lugar, en el lugar de los que no están.
Extrañamente nos encontramos en un barrio de rancio abolengo en medio de un calor sofocante que con cierta premura, por lo ajustado del horario, combatimos con unos refrescos.
La entrada al convento donde se celebraba el sepelio hizo concurrir familiares y alcurnias nobles y políticas afines a viejos, conocidos e inamovibles pensamientos en un funeral previsible e incluso pretendidamente distendido, casi tanto como ella fue: frívola, también distendida y aún profunda en sus convicciones religiosas que tanto le sirvieron de fachada donde justificar su cómoda y despreocupada existencia.
Hoy las nuevas generaciones suman uno más uno en un alarde de sublimación del pensamiento profuso donde seguir sosteniendo la justificación de su status quo.
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