Se ha ido cerrando la luz del día hasta constreñirse en una arrugada franja que sólo se perfila sobre la brillantez de los colores de árboles, lilas y algunas macetas floridas en las ventanas. El contraste sobre el gris cobalto acentúa la vibración lumínica del color hasta lo insospechado y el frío repentino y glaciar sorprende una primavera desnuda y exultante de gozo creador.
La ciudad se ha quedado casi desierta. Tardes de sábado muerto, de barrio muerto en calles vacías que transita un aire desapacible y triste, helado y duro.
Sirenas a lo lejos anuncian actividadades remotas e incógnitas, semáforos vacíos encienden y apagan su sincronismo neurótico sin coches ni peatones que los crucen.
Sucesos cotidianos y extraños como sombras ocultas que se ciernen y apagan luces, escamotean o usurpan posts, momentos de desasosiego y miedos atávicos ante amenazas remotas que nunca han cesado pese a los loores de la democracia y la libertad de expresión.
Tardes de espacio y tiempo, tan largamente soñados, como dice Proparoxítono de "edredón mío, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día", dulce momento de melancolía y sueños errantes en alertada soledad reflexiva y serena.
La luz siempre vuelve a resplandecer.
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