puedo pronunciar
tu nombre,
para que no
se confunda
y mi respiración
lo contenga.
Apenas un leve
roce de tu mano,
de mi mano,
por no abarcar
tanto miedo
como exhalo
en este juego
cruel
de lo correctamente
cotidiano,
o lo que surja
sin tiempo,
perspectivas
miopes y falta
de costumbre
para jamás
acostumbrarnos.
acostumbrarnos.
Aparto
la corteza que
endurece
mi alma
niña,
tan muerta
de miedo
por abrir
los cielos
y dar de
bruces,
de nuevo,
en el suelo.
mi alma
niña,
tan muerta
de miedo
por abrir
los cielos
y dar de
bruces,
de nuevo,
en el suelo.
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