martes, 6 de febrero de 2018

Respuestas

Las rutinas diarias esconden pérdidas y carencias entre ensoñaciones. Solapan las verdades ocultas, sobre las que el alma se dobla tantas veces que acaba por romperse.

Un despertador, minutos para cepillarse los dientes, minutos cronometrados y compartimentados antes de precipitarse otra vez a una ida apresurada, siempre mejor antes de que sea demasiado tarde. Sumar horas, jugársela cada día con la ilusión de ganar tiempo mientras se sigue perdiendo en contenidos y continentes disgustosos, mientras los recuerdos afloran y se conectan en propiedades conmutativas inesperadas detrás de reflexiones inconfesas.

Una lengua extraña, arrojado al vacío de lo incomprensible, el miedo a meter la cabeza debajo del agua aún salpica mientras se ahoga en la oscuridad de cada mañana.

Escaleras mecánicas estropeadas por las que subir y bajar torpemente, vacilan los pasos acostumbrados y automáticos que sabían adónde hay que llegar aunque no quisieran ir.

Otra vez fórmulas fallidas, previsibles intentos que vuelven a sucumbir a viejas y feroces fauces a las que ya sabe que nunca hará frente, demasiado desgaste, porque nadie comprende ni le importa el exceso del dolor, ni siquiera capaz de conferir otra dignidad que la de apartarse a una gastada cordialidad que ha empezado a hacer aguas por no querer volver a repetirse.

Series y películas, música, cerveza y copas para rellenar el vacío, palabras y palabras, partituras y vicios, viejos patrones que se repiten son todas las respuestas que encuentra al silencio que acaba imponiéndose.




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