El ombligo se desvinculó del cordón que lo unía, herida abierta, expulsión del paraíso, cicatriz del alma. El ser reproductivo se fue transformando en mero individuo productivo.
No hace tanto tiempo se hablaba de compatibilizar la vida familiar y laboral, de reducir jornadas a 35 horas semanales o inferior, del robot a nuestro servicio, de que no hacía falta tanto para vivir e incluso existían jubilaciones y hasta prejubilaciones. Y hasta de aquel 0.7 % de cooperación y solidaridad humanitaria para los países más desfavorecidos.
Ahora las consignas se han olvidado a golpe de crisis e irracionalidad multinacional y son tan diametralmente opuestas como era inconcebible esperar:
Imposible jubilarse.
La familia, esa lacra para la productividad, queda criminalizada hasta el punto de que los robots serán utilizados no para llevar nuestra carga laboral, mas para satisfacer nuestra plenitud sexual y transportarnos a una nueva dimensión de higiénico amor al cyborg hasta que a alguien se le ocurra hacer uso de virus informáticos.
Horario libremente pactado con el empresario de jornadas de hasta 65 horas por regulación a nivel europeo. Esas horas fraudulentas, tremendo engaño a nosotros mismos, que ya tantos realizan al amparo del que dirán, del pudor para no ser distinto, de no ser el primero ni el único. Para ser parte de la manada. 65 horas de trabajo semanales para oficializar lo que ya se está produciendo.
Y ahora el petróleo nos sigue estrujando hasta su última gota, hasta el consumo más desaforado, hasta el fin de nosotros mismos.
Círculos concéntricos que no nos dejan escapar y nos van constriñendo hasta el desaliento, mientras íntimamente nos sabemos manipulados y sabemos que son sólo lo último que alcanzamos a ver mientras nos hundimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario