Se sostenía en el aire que respiraba, en la vibración discorde que emanaba de los otros humanos. Un cuento de terror trás tantos años de presuntas y felices eternidades.
Un Segway, orgullosa cuádriga vertical, pasa al lado incluso se habían visto algunos bajando vetustas y amuralladas ciudades ahora recicladas en parques temáticos de oferente impudicia al mejor postor.
Mientras, contemplada la pantalla asigna dígitos y control a mi mera
existencia, el zumbido aumenta, indisimulado entre toses y carraspeos nerviosos.
Ya cada cual desvela su verdadera naturaleza y ésta, en mi caso Doctor, se resiste cada día más a seguir ejecutando rutinas y acciones sin principio ni finalidad salvo el que impone el mero sustento. Levantarse en un heróico e inconsciente acto supremo, volver al lugar del crimen y, casi siempre, ejecutar una obra ajena y enajenada hasta el agotamiento.
Así trancurrieron los años y, de cuando en cuando, sin anestesia volvía a ser intervenido para borrar aquella información que el sistema era incapaz de omitir a la consciencia.
El sexo ¿el amor? quedaron evaporados bajo el sol del miedo y el inexorable castigo del tiempo.
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