Solíamos ser inseparables siempre unidas en la risa, la broma, los momentos vividos o por vivir, las confidencias de preocupaciones o cualquier trivialidad. Solíamos hablar entonces y mirarnos en el reflejo de la juventud sin acabar de ver el fin de aquellos días.
Llegó el huracán sin ser anunciado y nos arrancó de nuestras propias raíces que temblaron al viento azotador, al bramido de su velocidad y, en un movimiento sobrenatural, nos convirtió en partículas suspendidas en el incesante azote vital. Pero lo que verdaderamente nos separó es que te dejastes llevar por la inercia mientras yo sigo matándome, despedazándome, por llegar al ojo del huracán.
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