Sesiones dobles en el cine Astoria con algún indicio remoto del No-do, que aún entonces existía tal repelente secuencia de rápidas imágenes de guión rancio y pretendidamente ingenioso y graciosillo que elevaba al espectador a la incapacitación mental. Las niñitas nada sabiamos de eso y ni siquiera la palabra "gilipollas" aparecía aún ni en mi vocabulario hablado, escrito o mental.
Carteles profusamente pintados y coloreados para anunciar las aventuras de James Bond o cualquier otro film que cubriera esa doble sesión de sábado en la tarde y a la que en verano se añadía el cartel de "Refrigerado" con el dibujo de un pingüino o un oso polar a la puerta del local.
También recuerdo las de indios y vaqueros vistas en casa ante un diminuto televisor de dos canales en blanco y negro, pero los más maravillosos recuerdos me los trae aquel programa que daba el UHF, canal maldito que no siempre era bien visto por la antena de turno: Cine-Club. Películas de miedo sobre todo que to veía sentada entre medias de mis hermanos y tapándome los ojos cuando la música resultaba demasiado atemorizante para, acto seguido, preguntarles que había pasado e intentar calmar mi imaginación desatada.
Fuí creciendo y viendo grandes películas que aún mantengo en mi culto íntimo, sus títulos en castellano pues así las vi por vez primera: "El Hombre con Rayos X en los Ojos", "El Increíble Hombre Menguante", entre muchas otras más, me dieron más, mucho más que los medios de que los que a veces disponían para su realización.
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