sábado, 3 de marzo de 2012

Pasillo

La urgencia por entrar, un error y siempre una segunda oportunidad que demostraba que el anterior pese a haberse producido no había existido como tal.
Un pasillo de penumbras donde saltar o pasar corriendo, un tropezón en la alfombra y un dolor entre las piernas. Detrás un cuadro extraño que mira al pasar, mirada a otra mirada de reojo, ojos encontrados y un escalofrío que recorre la espalda y se detiene en la nuca observada.
Desnudos los cajones de la memoria donde encontrar el origen de este pasillo que habitan tantos miedos y carencias obviados entre cansancio y absurdos cotidianos en empeños ajenos.
Todo pudo comenzar con el disfraz de un pañuelo sobre la cabeza, unos guantes o un paraguas, juegos solitarios y exploradores, un idioma perdido por falta de interlocutor.
Un balcón y un ventanal donde colocar zapatos lustrados, posiblemente los únicos que se tenían. Una magia poderosa en los ojos fuertemente cerrados por la emoción nocturna que permitiría volar y traer magos orientales en jorobadas monturas aquí y en todas partes, una copa de coñac, una zanahoria y unos dulces, también un cubo de agua. Un sacrilegio descubrir que no es así, no eso no podía ser cierto, una mentira para acabar rompiendo el corazón de un niño donde lo imposible puede ser lo más cierto.
Nadie venía nunca a preguntar, nadie enseñó nada y repentinamente todo tenía que estar ya aprendido. Abandonarse a la suerte, sobrevivir desapercibidamente, la puerta cerrada, nunca estar seguro de si habría que saludar a las visitas o quedarse encerrado. Un trance que se fue cubriendo de desenvoltura para esconder el miedo.
Una imposible entrega, mil encuentros vacíos por terror a lo propio. Una certeza, ser entonces el momento en que todo empezaba al fin, incluso aunque todo pudiera quebrase para siempre y un maldito fallo en todo el sistema, donde los sueños nunca pueden ser compartidos.

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