viernes, 9 de marzo de 2012

Polichinela

Joven, ambiciosa, algo asustada, llegó a la cosmopolita ciudad procedente de un país de mantilla y comunión diarias, de palio a prohombres de escasa altura moral, inferior humanidad y ausencia intelectual, y curas siniestros y amenazantes.

Gigantesca, fría, humeda, ciudad de temprana nocturnidad y días eternamente grises.

Clases de idioma en las mañanas. Por las tardes trabajo en un hotel de un barrio algo apartado en donde también tenía su alojamiento.

Relaciones laborales y estudiantiles con gente de casi cualquier parte del mundo le fueron abriendo los ojos de su propia y limitada vida hasta la fecha.

Algunas relaciones esporádicas fueron uno de los descubrimientos en los que se embarcó. Sexualidad iniciada, reconocida y liberada con algunas contradicciones entre la educación recibida y el agudo deseo del momento vivido. Dulces pecados en su mente aún más deliciosos por la transgresión de sus principios educativos.

Al fin de la jornada laboral, un miércoles por la noche, se cruzó con un huésped nuevo. Casi dos metros de altura, larga barba canosa y rubia, una presencia impactante y él la miró con ojos de fuego eterno, de profeta enloquecido cuando ella se estremeció sin saber el motivo, pero con la certeza de algo inevitable. Con un leve acento extranjero indeterminado se dirigió a ella y le pregunto sin preámbulos si estaba preparada y disponible. Muda de asombro apenas pudo afirmar con su cabeza y se encontró siguiéndole fuera del hotel. ´

Atravesaron calles brillantes mientras ella apresuraba su paso y su respiración a las largas zancadas de aquel gigante que la sostenía del brazo. Alcanzaron un portal y subieron dos plantas. Un timbre, una puerta azul, una oscura presencia que les abrió la puerta a una habitación.

La empujó contra la pared y comenzó a manosearla indiferentemente sin besarla, sólo mirándola. Excitada por la sorpresa y el miedo apenas vislumbrando el brillo candente de sus ojos comenzó a intuir un brillo metálico en la pared. El le colocó las argollas sin que ella opusiera resistencia y rompiendo su ropa la azotó mientras ella sentía que perdía la noción del bien y del mal y ya no comprendía nada. No sabía si quería gritar pidiendo ayuda, si podría salir huyendo o debería completar el acto, la representación que le recordó a los guiñoles que había visto en un parque: Polichinela y ella su Judy maltratada.

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