Nada quedó, apenas funcionan dos escaleras mecánicas: una de subida, otra de bajada, y un hilo musical fantasma, vestigio de otros tiempos de prosperidad ilusoria, de consumo anhelado y anhelante. La ciudad ha diezmado su población y apenas se ve ¿gente?, no ya no hay gente sólo individuos huidizos, esquivos y rápidos en sus movimientos desconfiados. El aire azota los corredores del centro comercial moviendo letreros rotos entre verjas oxidadas. Siguen aún legibles algunos letreros viejos, perdidos, rotos, antiguos, anunciando se vende, se alquila, esas cosas que solían hacerse antes de la gran revelación. Incomprensible vida ya acabada: trabajar, comprar, comprar, trabajar.
Botines arañados entre los cada vez más escasos incautos, rapiña como forma de vida, desconfianza y supervivencia.
Viejas fábricas vacías donde dejaron su tiempo tantos humanos.
Mi pantalla enfoca otro cartel: “Se vende este terreno” ¿Cómo es posible? ¿La tierra también se vendía?
No hay comentarios:
Publicar un comentario