lunes, 2 de abril de 2012

Lealtad

Me escribe, dice que no me cree, pero en realidad tampoco me conoce y en realidad le y,  ya,  me da lo mismo.

Sus visitas fueron la mera excusa para recibir mi atención y ubicar su propia existencia, nunca fue nada recíproco, y así fueron también el resto de los encuentros ocasionales, la necesidad infantil de un refugio, un espacio donde ser escuchado por algún Dios benévolo, omnipresente y a la vez oculto.

Sus líneas denotaban un alma pobre y turbia que sólo a trompicones lograba seguir una línea de pensamiento aunque inestable en su ortografía y aún más en una sintaxis sin conexiones. Infructuosos intentos por querer parecer lo que que quisiera haber dicho cuando lo único cierto era que nada llegaba a decir en todo aquel galimatías.

Aquella especie de lealtad quizá me impedía romper lo convencional de la situación, unas reglas del juego no escritas, un no hacer aprecio ni desprecio y parcas contestaciones escribí de tarde en tarde sólo consiguieron inflamar su ansia por dejar su semen escrito y esparcido en la pretensión de polinizar mis textos. Jugamos al juego de la multiplicidad

Un ansia pretendida, prendida e incandescente destilaba fluidos de sus versos repetidos.

Un encuentro bastó para saber que lo que dice la mente el cuerpo lo niega, y aunque era claro que aquel hombre era un ser aburrido en lo más profundo, la química fue capaz de traicionar mi lealtad hacia mi misma en el mero roce de la despedida.

Algunos encuentros sexuales torpes y apresurados, apenas aprendiéndonos, para volver al parapeto de la excusa que maneja en sus líneas vagas, la comodidad, de no darse, de ser comprendido sin esfuerzo, sin pasión.

Un juego lúgubre plagado de oscuros miedos, donde encendí las luces para encontrar que solo el vacío acompaña sus días y una monstruosa incapacidad para amar y dar.

Los años han ido amortiguando y diluyendo esa frecuencia, yo no le pertenezco y ya no quiero encontrar nada donde nada hubo nunca.



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