El séptimo arte es uno de los mejores vehículos de colonización cultural junto con la música. Largas décadas hemos vivido inmersos y alimentados, cual maná, en esa visión anglosajona con la que nos identificamos hasta el punto de casi no reconocer el cine español como propio, ni sentir identificación alguna con él. Incluso en el caso de la música, como lenguaje universal, ni siquiera ha sido necesario conocer la lengua inglesa para comprender de alguna forma esas canciones a través de nuestra propia, y autointerpretada, emoción.
Mientras el mundo da tantas vueltas y la Historia repite tantos errores, nos van cubriendo nuevas olas, nuevos y sutiles cambios que, desde nuestra posición, van girando el sentido de nuestra mirada del Oeste al Este: China.
Nación milenaria cuyo calendario marca el año 4.707 dejando en ridículo nuestra era. Una nación poderosa por volúmenes de población y de producción casi inimaginables a nuestro ombliguito occidental. Un verdadero gigante cuya Historia, Ciencia y Filosofía con tantos años de adelanto hacen palidecer todo el pensamiento occidental y temblar nuestros cimientos. Con un pasado infinitamente más complejo lleno de imperios y dinastías, unificaciones, férreas leyes, trabajo y sólo todo es trabajo: El Futuro. Enorme, gigantesco e infinito filón de ideas e historias a años luz de toda la historia de "nuestro" más que asumido y reconocidísimo viejo conocido: el cine norteamericano, que ya forma parte de la onírica de tantas generaciones.
El cine sinomericano, de momento, repercute y resuena con grandes obras, directores, e incluso actores que ya nos resultan familiares. ¿Qué magnificencia no nos espera si la censura cae por completo del férreo poder con que se ejerce en la propia China? Los tímidos atisbos que alcanzamos de su arte resultan ya más que impresionantes.
Somos proclives a aceptar de buen grado la colonización "amable" vía entretenimiento y espectáculo siempre que nos agrade, divierta y nos sea más llevadera acercándonos al mundo de nuestros propios sueños, denominador común de la humanidad, gracias a la magia del cine. Y en cuanto a la inmediatez, por el momento vivimos la expansión constante y silenciosa de tiendas de barrio chinas abiertas 24 horas, y el casi 90% de los productos no comestibles que usamos tengan la marca que tengan y aún presumiendo su presunta nacionalidad patria, provienen del mismo origen.
Miraba distraídamente una película de Jet Li, un actor eficaz y de cierta calidad en su filmografía o al menos una buena calidad visual y de acción, aunque lo que he visto de ella no deje de ser altamente comercial. La película era, "Fearless" del director Ronny Yu, y está basada parcialmente en la vida de Huo Yuanjia, héroe popular y casi leyenda de la memoria China, practicante de Mizõnyì, "boxeo de las huellas perdidas", y un maestro fundador en Shangai de la escuela llamada Asociación Atlética Chin Woo, o Jingwu, como arte marcial sucesora y desarrollada a partir del Wushu.
Desde un punto de vista inicialmente un tanto simplista, la película va desarrollando la historia alrededor de 1900 y hacia el contexto de autoafirmación del sentimiento de nación de China en medio de los acontecimientos vividos en aquel momento, el sufrimiento, la injusticia y el sometimiento.
La codicia, la manipulación estupefaciente, la política, y la prensa como arma destructora de desmesurado poder de los invasores imperialistas para verter opiniones y venenos en la información al resto de la opinión mundial, fueron decisivos golpes de gracia a tan vasto país, y sirvieron de preludio de su canto del cisne antes de la invasión nipona de 1931.
La maquinaria ya se había puesto en movimiento antes de 1839 a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales como introductora de opio procedente de la India y empleado como moneda de "pago" a cambio del té chino para compensar el déficit británico, cuyo mercado sí demandaba té, seda y cualqueir producto chino, y como contrapartida al nulo interés por los productos británicos por parte de los chinos algo que fue rechazado y tan a duras penas prohibido por el gobierno chino, que finalmente éste se encontró obligado a firmar el Tratado de Nanking tras sufrir las Guerras del Opio, entre 1839 y 1842 la primera, y la segunda entre 1856 y 1860.
El gobierno chino, a su vez, se encontraba encorsetado entre la rigidez de las formalidades y la tradición de la corte imperial, enfermo de una larga decadencia interna debido a factores tan diversos como las tensiones generadas por las diversas facciones en el poder: manchúes por el origen de la propia dinastía Qing y chinos nativos, una facción reformista en total oposición a otra ultranacionailsta conocida como Sombreros de Hierro dentro de la misma corte, todo ello bajo el gobierno regente durante 47 años de la Emperatriz Viuda Tsu Hsi, a la que llamaban "Gobernante Detrás de la Cortina" y a su vez regente de los emperadores Tongzhi y Guangxu. El hecho de que la Emperatriz Tsu Hsi (Cixi) fuera mujer y regente, limitaba su acción y decisión por ambos motivos, manteniéndola aprisionada hasta la desesperación en su propio cargo, pues había de soportar tanto la desconfianza de sus propios súbditos, como el vilipendio del resto de las naciones.
El poder, al fin, ostentado pero sometido a un rígido y asfixiante protocolo milenario marcado por la intriga cortesana de los propios eunucos de la corte imperial y sus intereses, así como la inacabable fragmentación del poder público entre miles de cargos y funcionarios, en un un país de dimensiones descomunales. Las hambrunas de la población por las malas cosechas y la merma de las arcas públicas debida tanto a la fastuosidad de la corte y sus enormes gastos, todo ello conformaba un magnífico cultivo para la prosperidad de la corrupción y la debilidad.
Poco a poco, acuerdos cada vez más cruentos para la nación china fueron firmados y la presencia de los intereses extranjeros soportada como fuente de ingresos para el país, cuando en realidad el expolio era su única razón.
Tal situación propició multitud de flancos para el ataque y la consecución de los intereses de, encabezada por Gran Bretaña, la llamada Alianza de las Ocho Naciones formada además por Japón, Francia y Alemania, Rusia, Estados Unidos, el Imperio austrohúngaro, e Italia.
De tal conjunción nacería el Levantamiento de los Boxers, es decir los boxeadores, en 1899. Una serie de agrupaciones y sociedades secretas unidas para la preservación de la entidad, cultura, orgullo y territorio chino fueron proliferando en el mismo sentimiento de lucha bajo el nombre de la Sociedad del Puño Justo y Armonioso y apoyados en buena medida por los manchúes de la corte.
Bajo la perspectiva de los ojos occidentales, supuso el intolerable ataque terrorista a comercios e industrias, asesinatos y matanzas para acabar con cualquier vestigio de occidentalidad, incluyendo aquellos chinos convertidos al cristianismo. Esos misioneros, familias, comerciantes, etc. fueron convertidos en víctimas heróicas o inocentes, según la necesidad, ante el resto de la opinión pública mundial, sin plantearse ningún tipo de duda sobre la legitimidad de su presencia y acciones sobre China y su población.
Y, precisamente, pocos años después y en las secuelas de tal conflicto es donde se enclava la segunda parte de la película, encarnando a través de Huo Yuanjia el orgullo y el honor, la lucha, el dolor por la perdida de su propio país a manos extranjeras e invasoras, el esfuerzo, el combate y finalmente, la inmolación como metáfora del propio y convulso momento histórico fraguado de engaños y traiciones.
¿Quiénes somos para dar lecciones de moralidad, justicia, igualdad y derechos humanos?
¿Puede la memoria histórica olvidarse tan facilmente? Y eso es sólo una pequeña parte de la Historia.
Acuerdos, intereses y futuro son sólo productos del pasado.
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