lunes, 14 de mayo de 2012

Consumo

"Prefiero pagar una hipoteca toda mi vida ..."

La frase resonó estentórea, optimista, joven e inconsciente, llena de confianza, plena de futuro.

Al principio, confundí sus complejos y miedos con frialdad y mala educación, sólo eran los demonios que también habitan en sus pocos años, sobre la faz de una tierra nunca más prometida.

Pronto descubriría el envoltorio de protección detrás del que se blindaba entre grandes dosis de semiinconsciencia y algo de consumo, daba igual: marcas o drogas, nadie puede decir mucho o poco sobre otros, cada cual tiene sus particulares vicios consumistas.

Él se convirtió en mi consumo, su cuerpo en el mío, el choque de los besos, la búsqueda de cada parte de su anatomía donde alcanzar la sabiduría completa, propia y ajena, el sexo exultante y capaz de generar el motor de mi vida, descanso y placer en cada célula de mi cuerpo conectada al suyo. Una locura desatada y sin tregua a cada respiración. Pero también su cuerpo velado, omitido, reservado y dosificado, prohibido como la droga más peligrosa, la que no se encuentra frecuentemente, diariamente, vivir en vilo, consumida y a la espera de la próxima vez.

Una relación perversa en la que mantener la atención, una dignidad usurpada a mi misma en el dilema de dejarlo para siempre o acudir presta a la siguiente cita. Enamorada o enajenada, límites desconocidos que no pensé traspasar nunca.

Demasiado mayor, él sigue siendo demasiado joven, me enfrento a mis miedos de un futuro ya hipotecado sin casa alguna, mientras pienso que debería ponerlo en la papelera de amores imposibles, furtivos e inconexos y vaciarla para siempre.

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