lunes, 14 de mayo de 2012

Mudar La Piel

Siempre había soñado con la admiración y el deseo de cada hombre que conocía, tal vez siempre buscaba un padre, un dios bondadoso en cada uno de ellos. En realidad no era aún muy experta, sólo contaba con la gracia y belleza que juventud e inocencia que no era otra cosa que gnorancia, acompañadas de la temeridad que imprimen las hormonas desatadas de una adolescente en medio de un desarrollo prematuro e incompleto. Tal vez era una simple hecho natural, la necesidad animal de la hembra de encontrar una macho dominante y experto


Era capaz de ofrecerse y cambiar de parejas en la misma tarde, la misma noche, varias veces. Una necesidad de acaparar y estar en todas las situaciones posibles. Una manifestación de poder sexual, una sacerdotisa del placer que en realidad buscaba su autoafirmación y un secreto consuelo emocional en la rendición y admiración de sus compañeros de juegos. Ellos apenas veían a una aprendiz de Lolita, un polvo estupendo y fácil en aquella belleza que vestía su flexible cuerpo.


Aquella mañana vagaba por los habituales lugares nocturnos ahora desiertos y cerrados, no sabía donde ir mientras buscaba la sombra en medio del calor de julio, quizá con un poco de suerte alguien la viera y la invitase a tomar algo. Hacía algunos días que no comía, pero con unos canutos sería suficiente.
El se acercó, la había visto algunas veces, y comenzaron a hablar. Ella no sabía bien quién era él pero cuando ofreció ir a su casa no lo pensó demasiado y allí entraron. La frescura de un portal umbrío, la llave, unos canutos sentados, una conversación que no sabe como acaba en una bañera y ella desnuda metida en el agua, él la mira y se acaricia el mástil erecto mientras ella se da cuenta de que no quiere estar allí, que no le gusta ese tío viejo que la mira intentando provocar su deseo, un deseo que no encuentra dentro de si misma. Tras una pequeña discusión en la que él sólo mira su coño y sus tetas, decide irse con cierta alarma por si él se pone bruto.


Volvió a vagar por las calles, sólo canutos, ahora tiene verdadero hambre, está cansada y sólo quiere que la quieran y la cuiden, que la dejen volver a ser una niña otra vez.


Recuerda que allí cerca vivía su primer novio y en una alarde de nostalgia, llama al telefonillo. No es él, no. Ha contestado su hermano. Sube las antiguas escaleras de gastados escalones de madera. Sí, su hermano, él no estaba. Un amigo F., barba, la piel negra y ojos enrojecidos. Algo de comer y de nuevo la insinuación, la reacción, el deseo de despertarlo en otros y allí, blanco, negro, sus penes y el rosado de sus glandes la exploran, manos y bocas confusos y confundidos en el sabor de sexos y saliva. La piel sobre la piel y en la piel. Sólo quiere dormir pero no la dejan, quieren más, lo quieren todo y ahora.


Cuando la tarde cae, camino de la noche vuelve a la calle, dolorida. Quizá debiera volver a casa de una vez por todas.

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