Otro día más transcurría entre pucheros, órdenes y desconciertos propios. Los fines de semana o días de descanso también seguían siendo entregados a la intendencia, a alimentar una prole y mantener el precario equilibrio que exige una familia en tiempos individualistas. En la mediana edad, esa que uno siempre tiene, justo y en la mitad, somos piedra de toque del tiempo y juzgamos jóvenes o viejos a nuestra escala y semejanza.
El transfondo mental transcurría en un magma creado entre sortear los escollos económicos, cada vez más numerosos y peligrosos, salir corriendo y dejarlo todo y mantener un estado de semi-ensoñamiento en su imaginación que alternaba con dosis de pragmática realidad en medio de aquella cocina llena de trabajo.
La soledad invadida, pero nunca compartida, era el marco en el que se movía laboralmente, familiarmente, socialmente.
Un día libre entre semana, al cruzar el umbral de aquella librería, se tropezó con él. Una disculpa divertida mirando a los ojos, un comentario, otra mirada, un despiste, una distraída atención que el lenguaje no verbal supo interpretar y captar antes que su propia consciencia.
Sin demasiado interés pero con cierta cortesía amistosa comenzaron a llamarse, luego a escribirse y algún tiempo después a quedar de tarde en tarde, pues siempre era complicado encajar horarios laborales. En común una enorme soledad limítrofe, mientras seguían siendo a la vez perfectos desconocidos.
Fraguando su propia esencia de miedos y deseos secretos, sin amor, sin continuidad, apenas en unos encuentros que no guardaban orden ni concierto, pero quizá sólo era que podían ser ellos mismos por primera vez después de tantos años, exhibidos ante el otro como forma de autocomplacencia y afirmación, ún camino distinto al que era y al que había sido. Otros yos.
Vericuetos y desincronización llevaron a encuentros cada vez más íntimos en los que el sexo se convertía en nexo y separación, resultaba tan complicado mantener objetivos comunes, descubrir a aquellas alturas de la vida regiones inexploradas y una personalidad sexual nunca ejercida. Pero también comprendían la muda certeza de su incompatibilidad en esas intermitencias que los separaban en el tiempo y el espacio.
Ella, activa, quiere explorarlo todo, ahora impúdica e imparable. Él, pasivo, cambio de roles y hormonas traicioneras, sólo quiere ser agasajado sexualmente, y aunque no entiende ni comparte la energía sexual que ella derrama sobre él, se deja llevar, en medio de una pasión desbordada de piel, olor, saliva, fluidos y estímulos visuales.
Han de inventar cada encuentro en una atemporalidad que continúa una historia imposible de confesiones comunes de sus vidas ajenas.
Por separado no encuentran el sentido de verse ni casi el momento de hacerlo, pero saben que volverán a encontrarse sin remedio, incluso sin sentido aparente, los encuentros intermitentes siguen una pauta no pactada y de limitada probabilidad presente y comprenden que buscan un instante de respiro en medio de sus vidas cada vez más anódinas.
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