domingo, 13 de mayo de 2012

Soledades

Ella siempre bebe un refresco anaranjado sin burbujas mientras espera el breve momento demorado.

Observando a su alrededor, intenta retener el momento que, también, siempre acaba olvidando de nuevo.

Aceitunas perfectas completan su sabrosa redondez sobre la lengua cuando clava los dientes, no sin aquella casi olvidada dulzura de amante, sobre su carne soleada y sabrosa.

Tópico y previsible resulta el género masculino que se acoda en la barra esa tarde, hormonas y primavera delatan salpicaduras estrepitosas en las miradas y risas de soslayo.

Colgada de la pared, la pantalla muda pasa sin descanso estampas de fútbol pintadas de rojos y verdes excesivos. De fondo resuena música perfecta para no pensar o creer que habla lo que nos sugiere aunque digan cualquier otra cosa.

Tarda.

La repentina eclosión de este inesperado verano castiga respiraciones y camisas antes impolutas, inquieta termostatos cerebrales antiguos que temen insoportables las temperaturas que traigan los siguientes meses.

Ha llegado.

Ajeno aún, perdido todavía , siempre bajo esa piel escurridiza y banal de lo previsible.

La última vez fueron tres besos, una lejana y antigua costumbre, pero hoy ha preferido estrechar la mano bajo el quicio de la puerta, uno a cada lado.

Entrar o salir, llegar o marcharse para siempre.

Los años traerán alguna respuesta a lo omitido, al frenazo en seco por falta de tiempo, exceso de kilómetros y esa dulzura que han de contener en sus gargantas.

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