El calor como segunda piel, la noche como único respiro e inicio de la actividad. Fiestas de vírgenes marineras, advocaciones remotas de lunas antiguas.
Recinto ferial a base de Moriles, polvo, olores esparcidos desde parrillas y fritangas, puestos hippies de objetos inútiles o mono según los ojos que los recorren. Gritos de tómbolas en falsete. Muchedumbres deambulantes y bulliciosas. Todos a la feria.
Siempre nos juntabamos en el del morito, Té moruno con hierbabuena y whisky, Bob Marley para entrar en trance y seguir el baile al latido de nuestros cuerpos balanceándose al unísono. Nuestros pies trazan círculos sobre la arena durante toda la noche, levantan cortinas de polvo, cortinas de humo que se elevan como ofrenda a la duración eterna del recuerdo de este momento tribal.
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