Entonces solía vagar distraídamente por tu esperanza,
atravesar el umbral de tus ojos sin saberlos,
recorrer la acera de tu puerta entreabierta
sin reconocerla, ni nada esperar del día salvo la noche.
Me arropaba en un abrigo de soledad encubierta,
de añoranza sin objeto, destino sin motivos,
detrás del borrón de la vida que sólo existía confuso
en volutas escapadas a la edad, esa edad
siempre ingrata en la que nunca se acierta a estar.
Un recorrido largo de itinerario fijo y pronosticado,
de pasos mecánicos que siguen uno a otro,
solitarios perseguidores de si mismos.
Una fugaz estrella del atisbo nunca concedido
a la contemplación completa, una nueva duda,
un constante pensar y, de nuevo, la certeza
que no existe salvo en esta cabeza motivada
de distracciones y dada a interpretar signos, miradas,
contar pasos solitarios que se persiguen.
Del mismo cielo que nos cubre pesadamente
la cabeza, enfríando la espalda recorrida
entre una retorcida interrogación, atravesando vientos airados
que me devuelven, inconsciente, a una puerta azul
no llamada y una cara, la tuya, no conocida
y a seguir aprendiendo el tránsito de un nuevo camino
en sombras y tilos de primavera aun no hollados,
dónde todo queda por suceder y aún no ha existido
No hay comentarios:
Publicar un comentario