Y entonces llegamos al clímax, después de habernos devorado con la mirada y luego con nuestras bocas, deslizándonos sobre las humedades de nuestros cuerpos, galopando, velas al viento desplegadas, desbocados, mástiles, maromas, maromos, calores, trasudores, alboroto y pezones erectos como erectos eran sus penes, pues ya no era uno eran varios cientos, y ella no era ya sino una viciosa insaciable, una boca de riego en su coño, una felación infinita en el chorro de la Vía Láctea.
Sucumbimos y nos arrastramos, nos revolcamos, era el verano, el calor y la líbido, la carne y el pecado, lujuria lúbrica, sementales enhiestos asaeteando sin piedad culos en pompa, y nunca hubo más temperatura en los termómetros ni fueron mayores las oleadas del deseo.
Brazos, piernas, lenguas, falos, vaginas, humedades, tetas bamboleantes, ojos en blanco, éxtasis, consunciones y consumaciones, besos, caricias e inagotables fuentes, y hasta cataratas, de placer seguían las descripciones con señales y pelos. Escupo, con perdón, pues me he tragado uno con tantos y tan vívidos escritos.
Y en semejante maremagnum descriptivo, incluso usando de huertas. barcos, fontanería y hasta el cuerpo de bomberos o la policía como inspiración, bostecé en aquel pesado certamen de relatos breves sobre un ligue de verano en el que todos pretendían alcanzar la gloria, pero sobre todo la envidia y la admiración.
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