Alrededor del 400 a.n.e., Dionisio "El Viejo" era tirano de Siracusa. Sus orígenes humildes fueron superados gracias a sus incomparables inteligencia, energía y audacia, que le llevaron a alcanzar el más alto cargo dirigente. Algunos autores situan a Damocles y el suceso de la espada bajo su reinado, pero parece poco probable dado su desconfiado carácter y sí más posible bajo el reinado de su hijo y sucesor, Dionisio "El Joven". Tanto la rapidez de su ascenso, como esos mismos orígenes humildes, unidos a la severidad de su gobierno, le habían creado numerosos enemigos, lo cual le llevaba a sospechar de todos, y a medida que iba envejeciendo le convertía en más y más desconfiado, llegando incluso a dar muerte a todo aquel que le causará temor o sospecha.
Marsías, un cortesano, cometió la terrible imprudencia de narrar un sueño en el que cortaba la cabeza de un rey y al momento Dionisio le condenó a muerte aduciendo que no habría tenido tal sueño si no lo pensará despierto.
Cuánto más aumentaban su miedo y sospechas mayor era su represión y crueldad. Llevaba una coraza bajo sus vestidos, toda persona que se le acercará era registrada y vigilada, cada noche dormía en una habitación diferente y sólo permitía ser afeitado por sus hijas hasta que decidió que también ésto podía ser peligroso y sólo consentía en que ellas le quemarán la barba con unas conchas.
Y sin embargo, a pesar de tantas manías, Dionisio solía mostrarse generoso y la vida en la corte se desarrollaba agradablemente entre lujos, festejos y fastuosos banquetes en los que los mejores vinos de Sicilia se escanciaban en copas de oro y plata al son de las arpas y los sistros, acompañando las danzas de hermosas bailarinas. Su pasión por las letras, en especial la poesía, le llevo incluso a escribir el mismo algunos poemas y tragedias, que aunque mediocres le llenaban de alegría y orgullo, más incluso que sus victorias sobre la misma Cartago.
Una de las conjuras contra él estalló en varias ciudades a la vez, lo cual desembocó en una terrible época de represión y matanzas sobre aquellos que querían derrocar al tirano.
Y sucedió que, tras una esas matanzas, un arquitecto llamado Atropos desembarcó en Siracusa venido de Grecia de donde había huído por una discusión con los arcontes de Atenas por el pago de unas obras. Atropos era especialista en la construcción de teatros, y conocía mejor que nadie los secretos de la Acústica consiguiendo que tanto las gradas más retiradas como las de los magistrados en sus palcos reservados, escuchasen perfectamente a los actores.
Instalado en Siracusa con su hijo Gelos, Atropos llevaba una vida tranquila y enseñaba a su hijo todas las maravillas del sonido que se encierran hasta en un simple caracola marina. Un día fue llamado a la corte por el mismo Dionisio, que le encargó una enorme obra que hubo de mantener en secreto hasta a su propio hijo.
Terminados sus trabajos fue recompensado magnánimamente, aunque disfrutó por poco tiempo de paz, pues poco después fue encarcelado acusado de estar implicado en una nueva conjuración y, sin más explicaciones, ejecutado rápidamente. Gelos, su hijo, pese a sus pocos años poseía una viva inteligencia y una extremada prudencia decidió mantenerse al margen de toda venganza y sospecha por el momento, prosiguiendo con su vida de la forma aparentemente más distendida que le fue posible. Algunos años después, su amigo Philé le abordó, incitándole a vengar a su padre para que se sumará a una acción desesperada por parte de algunos ciudadanos para asesinar a Dionisio durante un sacrificio público. Pese a su prudencia y las dudas que le suscitaba la organización de tal complot, Gelos acabó aceptando sumarse a esta nueva conjura.
Rodeado de guardias, Dionisio hizo su aparición y al levantar el puñal del sacrificio se produjo el ataque que en pocos segundos fue reducido por parte de los guardias y espías que entre la multitud se encontraban, mediante el registro y la numerosa detención entre la concurrencia
Todos los detenidos fueron conducidos a las lizas, antiguos circos alrededor de Siracusa que se empleaban para las carreras de caballos y que por orden de Dionisio "El Viejo" habían sido convertidos en cárceles. Jóvenes, viejos, implicados en la conjuración o no, todos se encontraban entre aquellas espaciosas paredes laméntandose, maldiciendo al tirano, y esperando la muerte sin saber como ni cuando les acontecería.
Gelos, sin cólera alguna, simplemente dijo a Philé "Tenía que ocurrir", y se dedicó a observar su entorno, y de esa observación percibió que no existía ninguna pared recta, que todas tenían alguna curvatura. Allí contempló unos agujeros en lo alto de una bóveda que dejaban pasar la luz, y mientras andaba recordando los trabajos de su padre, halló en una pared unas notas grabadas idénticas a las que tantas veces había visto hacer a su padre. Pronto comprendió que el esquema que ante él se encontraba no era sino aquel trabajo secreto de su padre, una oreja, una caracola, que conseguía que todo aquello que en las lizas se decía llegase a Dionisio de forma nítida y le sirviese para que sus condenas y ejecuciones fuesen más inmediatas y argumentadas. En aquel momento recordó algunos poemas escritos por Dionisio y comenzó a recitarlos magistralmente, mientras el resto de los apresados pensaron primero que se burlaba del Tirano, pues era algo habitual entre los jovenes hacerlo por mofarse de la mediocridad del autor, pero después pensaron que había perdido el juicio.
En efecto, el Tirano que todo lo oía, se sorprendió ante aquel recital de sus propios versos y, maravillado, pidió que trajeran de inmediato a aquel rapsoda que los sublimaba de tal forma. Preguntado por Dionisio el motivo de recitar aquellos versos, Gelos respondió que rendido ante la muerte escogió los más bellos que recordaba.
Y así fue como Gelos se convirtió en actor y favorito de la corte de Dionisio "El Viejo". En el año 368 a.n.e., un día de las sesenta y tres Olimpiadas, llegó la noticia que Dionisio esperaba y que nada tenía que ver con la victoria de sus soldados sobre Cartago, ni tan siquiera con la liberación de Sicilia. No, la extraordinaria nueva era que una tragedia escrita por él mismo y enviada a Atenas había sido premiada, y de tal noticia hizo participe a Gelos y, aunque éste sabía perfectamente que tal premio había sido comprado gracias al pago en oro del jurado, se hizo de nuevas y fingió su sorpresa.
La fiesta de celebración se hizo extensiva del palacio al pueblo, entregándose víveres y regalos segun el rango.
El más fastuoso de los banquetes tuvo lugar en palacio y Dionisio comió y bebió copiosamente, con Gelos a su lado. A duras penas se puso en pie y, levantado su copa repleta, brindó en honor a las Musas y Apolo su cófrade en la poesía apurando hasta la última gota.
De pronto se le vio caer, retorciéndose convulsivamente, y expirando a los pocos minutos.
Gelos había vengado a su padre.
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