Irritado, incomprendido, nervioso, y desafiante a sus pocos años.
Cansado, triste, vencido y fracasado a estas alturas de la vida.
Él mira por la ventana ahogado, le duele el estómago, le duele el cuerpo, espera la llamada, la salida, la huída y la metamorfosis. Siempre corriendo, siempre rodeado de amigos y algo más para no pensar. Un portazo.
Él mira el reloj angustiado, la noche no avanza, el insomio hormiguea en la piel y fija las pupilas abiertas a la espera de alguna noticia, alguna señal divina o humana. Otra vez desvelado, otra vez solo en este momento de desesperación, las pastillas para dormir no pueden con ésto. Otro amanecer.
Gritos, chantajes, rebeldía, locura y amenazas encuentran eco en la tristeza, el dolor, la desesperación y una herida en medio del alma a costurones remendada para intentar seguir viviendo. Una, cada vez más remota esperanza de recuperar la comunicación, el niño que conoció o tal vez el hombre que es o debería ser. Miedo.
Miedo de la noche, dame otra, miedo de ser "mayor", vámonos a otro lado, corre, vuela, huye como alma que lleva el diablo, del destino y la edad. Mira que no te pille quieto nunca y si toca morir que sea sin parar, pero eso nunca pasará. Tan jóvenes, tan invecibles, tan malos que no podrán con nosotros jamás. Somos todos e infinitos y esto es el mundo eterno, lo demás es basura. La noche pertenece a los elegidos, a los que saben y conocen el mundo, la verdadera vida. Iluminados.
Condescendiente, mira un segundo al pobre hombre, ese pobre hombre demasiado equivocado, demasiado viejo, estúpido, oscuro y absurdo, para olvidarlo rápidamente no sea que atisbe algo de su humanidad y le contagie.
Vencido de muerte, el padre cae de rodillas contemplando la ignorancia, la inconsciencia, el embrutecimiento, y el soberbio engreimiento desafiante de Luzbel que, tan dolorosamente bello, despliega sus magníficas y brillantes alas.
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