Sí, sí le había amado durante largos años, eso era algo indudable pues por nadie habría llegado tan lejos, a soportar el escarnio, la persecución, el ultraje y el insulto, hasta a poner en peligro su integridad física, pero ahora los días se abrían como abismos entre ellos. El calor, la falta de recursos, la adversidad laboral y la rutina, el estertor económico, los hijos de él convertidos en malvados y crueles adolescentes, y su ávida ex.
Ahora todo apuntaba en contra, después de haber superado la ocultación social de su amor como problemática social y ajena, el problema era de los demás no suyo por más que se empeñaran en acusarlos de desviados y enfermos, durante años enfrentados a familia y presuntos amigos, a punto de perder sus puestos de trabajo, pero ahora que por fin eran libres y elegidos, dos, pareja sin exclusión, ya normalizados, que palabra tan horrible, y hasta matrimonio después de tantos sinsabores, ahora el miedo era la traición, la flaqueza ante los problemas de una vida cada vez más menguada, el paro, la salud perdida, todas las explicaciones y excusas posibles para ocultar el pánico de amarle porque temía perderle. Y es que las crisis son así, acaban con cualquier orientación.
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