Una mañana perdida en su memoria apareció, nítida, claramente, ante el hecho de que su vida sólo había girado entorno a él. Él, al que ella conocía mejor que nadie, él, que la atormentaba con sus indecisiones y cambios de humor, sus acciones hechas y deshechas, sus exigencias y arrumacos, esa media pasión agridulce llena de altibajos y sinsabores, él: primer y único hombre de su vida. Ponía toda su vida en él por ser lo único que conocía y lo único que quería conocer. Ave enjaulada en una vida, una casa, unos hijos, suficiente, de sobra.
Padres mayores, niña mimada, vida muelle y, desde hace muchos años, esto del matrimonio.
Pero aquella mañana el vacío del abismo se abria a sus pies, y lloró, gimió, maldijo y se desesperó por no haber podido, sabido, olido, darse cuenta de que él la había dejado. Primero fueron ausencias por viajes, luego algunas copas nocturnas, luego ya no hubo explicaciones.
Llamaba a sus socios para preguntarles y no obtenía respuestas ni siquiera en el móvil. Así que un dia se levantó dispuesta a investigar y reclamar lo suyo, y se presentó con alguna excusa en medio de la empresa en donde, rápidamente, la dejaron encargada a una secretaria que la atendería en todo. Susceptible, persistente, día a día siguió presentándose de forma que acabó consiguiendo un despacho. Los socios sugerían que debería hacerse cargo de los negocios y evitaban mencionar el paradero de aquel majadero que era, al fin y al cabo, como le llamaban.
Vivía cada segundo para obtener indicios de lo suyo: él. Aquel despacho la hundía en un sillón de cuero demasiado grande, la conectaba a un teléfono que jamás sonaba y a una ventana, donde imaginaba que lo volvería a ver. Tantas horas, tantos días pensando sin pensar.
Consultó a un vidente de fama que, fácilmente, le fue sonsacando datos y componiendo lo que ella sabía y todos sabían. Él, sí, él la había abandonado por otra, que típico, que clásico, pero no, escuche: no, no es culpa de él, es una mala mujer que lo retiene con sus artes, lo tiene encantado. Pero él volverá, sí, volverá humillado a sus pies, señora. Son 50.000 de las de antes. Ella salé llorosa, temblorosa de ira pero sonriente. Ella, sí, acabará triunfando.
Y así pasó el tiempo, sólo tenía que esperar. Y cuando volvió, hizo presa de él.
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