Su vida se había enajenado, rodeado por completo de gente extraña que entraba y salía de ella. Incluso se podría decir que asistía al espectáculo de prestado, desde la platea, mientras locos, ancianos, enfermos, jóvenes, pero sobre todo egoístas, iban y venían desfilando con sus ínfulas, sus egos de medias verdades y grandes alharacas para soltar su frase y pasar de largo, siempre de largo, sólo buscando ser escuchados, comprendidos en sus justificaciones, obviados en sus actos.
Su vida se había detenido y, por tal motivo, todos pensaban que tenía tiempo y que éste le sobraba, sin duda necesitaba perderlo y cuanto más deprisa mejor, favor que le otorgaban.
Su voz se había enmudecido, algunos pensaban que se había convertido en estatua de sal amarga, mientras otros estaban convencidos de que su charla incesante era la vida social que estaba necesitando.
Pero nadie, nadie se paró a pensar y preguntar quién era, mucho menos que le pasaba o que quería.
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