domingo, 16 de septiembre de 2012

Némesis

El desamor no era odio,

sólo un vacío

que atravesaba

su garganta en dirección

a su útero, una prolongación

de soledades, sueños rotos

o abandonados. Cansancios

sin fin, apenas cubiertos

de un difuso halo de cariño

impregnado de un leve aroma de lealtad.

El primer hombre pidió,

sin palabras,

poseer su escucha

y así le fue concedido.

El hombre habló y habló

días, noches, madrugadas,

su vida, su recuerdo,

apenas ocultado su miedo terrible.

Su temor por el amor,

encontrado

perdido, acabado,

metamorfoseado o ido.

Escuchaba cada palabra

detrás de cada palabra,

formuladas y calladas

historias, quejas, contradicciones

mentiras, verdades a medias,

el miedo del macho

sin hembras ni dominios

que sueña con

recuperar sus triunfos.

Y cuando hubo escuchado todo,

ella habló desde las sombras,

y él cayó fulminado.

El segundo hombre pidió,

sin palabras, su paciencia

infinita en noches y días,

encuentros y desencuentros,

el cuento sin fin de sus sueños

al alba de sus fracasos y cuando

todos los sueños acabaron

ella, siempre oscura,

encendió la luz sobre él,

que calló, ciego y desnudo.

El tercer hombre pidió, sin

decir una palabra, sexo

para ser idolatrado y bendecido,

explorado y amado,

deseado y buscado.

Ser acariaciado, elevado

y sumergido en el oleaje

de las pasiones

y nuevamente ella, cada vez más

oscurecida, le mostró

sus propios límites,

su miedo a traspasarlos,

su ridículo deseo falto de entrega

y él cayó de sus pies de barro.

Oscura mujer

de miméticas venganzas

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