Hace más de 30 años en que la irrealidad de declaraciones, sucesos, decisiones, noticias y noticiables de toda clase dirigente mundial me huele a chamusquina, quizá es que mi cabeza ya ha entrado en la paranoia o, creo más precisamente, que me resisto a ella.
Los fantasmas de malos y malísimos resurgen convenientemente aderezados de complementos varios según sea menester. En estos casos de que viene el lobo, no puedo menos que pensar no en quién pudiera o pudiese venir, ni tan siquiera en que estragos va a producir lateral o colateralmente, pero sí pienso de forma instantánea: ¿quién se va a beneficiar con ello? Y sólo encuentro una clara respuesta: las industrias armamentísticas y todas aquellas relacionadas con la llamada seguridad.
Resulta la forma más rápida de mermar derechos, cultura, bienestar y no hacerlos jamás extensivos al resto del genero humano que habitamos en este planeta. Todo en nombre de los siete jinetes del Apocalipsis corporativo, mientras tanto se realiza alguna declaración de intenciones, algún gesto o mímica que acalme la conciencia de algunos o bien se crea el pánico para mayor gloria de los presuntos defensores.
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