Sucintos días, eternas noches abiertas
desgranadas en segundos inconexos, pensamientos,
percepciones y sucesos. Sintiendo el paso
de las horas cayendo como gotas de cera
en la vela consumiéndose.
Acero brillante en camas quirúrgicas, asidas
manos en rezos impensables cuando la vida
escapa a nuestro trayecto, a nuestra manos
impotentes. Cerrado el paso a la esperanza,
abiertos los surcos de la angustía
en nuestro vientre
paridor de antagonistas antiguas del
color de cavernas cavilosas y esperpénticas.
Goteros de vida y olor a muerte higienizada.
Heridas manos del esfuerzo por asirse
al filo de la noche para llegar a la madrugada.
Irreales voces ahogadas, pasos amortiguados,
semblantes borrosos, luces blancas y crudas
enmarcan la habitación, que
cuando queda a oscuras
se envuelve, por completo,
del manto óscuro del dolor
apenas sofocado y enajenante.
Pequeños y desamparados
en una cama de acero brillante
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