domingo, 16 de septiembre de 2012

Una Eternidad

Acababa de llegar y ya parecía que llevaba allí una eternidad, interrumpido el pensamiento, cambiada la voluntad de sus pasos a cada segundo. Comunicaciones constantes, imprecisas y lugares de error comunes.


El recuerdo de su rostro y su abrazo, saber que existía al fin en alguna parte del mundo sin paliar los 40 años que los separaban, los más de 6000 Km y el azimut de 301º. Nocturnos trenes que se cruzan y saludan en la complicidad y en la atracción, en la falta de preámbulos cuando se está en lo cierto.


Surgido el ser de aquella presunta eternidad, desde la oscuridad del vientre cálido donde envuelta yace una permanente insatisfacción, un ansia de otros placeres, un desamor ocultado y vacío. Algo contagioso, mamado e inyectado en cada célula de su piel, la búsqueda permanente, el destierro del propio ser.


La irremediable mediocridad de limitarse a una vida, a una sola pareja, a una eternidad para siempre, sólo una, el equilibrio del miedo, el terror al todo, al ilimitado infinito trocado, vendido, mutado en pobre vaga y santa eternidad.



El error del reloj que ahorca la hora que no era, del día que no fue, en el año que no debimos nacer.

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