Un último destello antes del enterramiento. Luego todo queda sofocado, convertido en suelo, plano, polvo.
Los sueños reducidos a la nocturna niebla rojiza de la Eternidad.
Mirada de ojos acuosos, nublada en su propia adicción de evadirse, que esgrime el resquicio de la soberbia de lo irrecuperable. Lo inmutable se reafirma en sus mandíbulas mientras el canal de dolor atraviesa el último hilo conductor de lo fraternal. Tan menguado en tu figura de cera, ex-voto del dolor, el carácter agriado del enfermo que conoce el desenlace y soporta a duras penas el eufemismo de su alrededor, plagado de ciegas esperanzas en ahuecadas buenas palabras que ahuyenten la única certeza.
Recortan siluetas impensables sobre el cristal, si te levantaras los arrojarías sin contemplaciones. La vida es un sarcasmo, la muerte su puesta en escena más lograda.
¿Integración? Donde buscar una magia a la que aferrarse, el aliento para seguir debajo de una explicación más para entender porque puedes doler tanto, porque ya no consigo pasar por tu puerta sin que muerdan y trituren las fauces del Jamás la pena arrastrada en mi sombra.
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