Semblanza

Entre cubitos de hielo e infinitos paquetes, en un tránsito permanente, discurre la monotonía de sus días. Algún vago recuerdo de lo que vivió entre sus piernas, una breve y vana inquietud que apenas mueve la superficie de su compuesto semblante.

La vida llevó por derroteros imprevistos e indeseados: borrachos o ancianos, ancianos y borrachos, borrachos y ancianos, el orden es indiferente. El resultado esconde una paciencia y una extraña espera en la que cabe la esperanza de que no llegue ni sea demasiado tarde.

Aún quedan largos años, los menos soportables, por delante para llegar a ninguna parte mientras vendidos a destinos hipotecados, dinero y normas bancarias, tanto tienes tanto vales, tanto puedes hablar y categorizar en personalidades simples e hirientes, escudarse de la mala educación en aislamiento y silencio.

Todo viene de lejos, la decepción y la desconfianza en el género humano, ahora abren barreras difíciles de franquear, las pequeñeces sigue siendo tortuosas y estrechas de miras, viejos animales de costumbres previsibles.

Ella no ya no mira de frente, ya ni siquiera de reojo, él deforma sus miembros sujetos a un tronco estrecho y un pecho con forma de quilla. Los ojos bordean enrojecidos un amarillo que destila por las comisuras de su rictus, apenas queda nada de vida entre ellos pero vuelven a representar el mismo papel, víctimas y verdugos recíprocos.

Volverán a presentarse con propios y mutuos, mientras se siguen odiando estrechamente.

Cruzar la calle, las grandes manzanas no han menguado y siguen confiriendo una dimensión inhumana, la angustiosa sensación de que los pasos no alcanzan a reducir distancias y la tapa de los sesos sigue levantada hacia atrás en la altura de los edificios distantes.

Sobre la fachada pequeñas manos, allá se cubre de flores, pero no consiguen ahuyentar el gris indeleble y umbrío de los patios, el recuerdo que se ha enterrado envuelto en un sudario de silencio jamás confesado e imposible de quemar.