No juegas, pero yo aposté por ti a pesar de tu pregunta: “¿Tienes suerte?”
¿Y cómo podría confesarte la realidad? Qué al igual que desee toda mi vida, me puse secretos trabajos y trabas que sortear para adivinar si la baraka me sería propicia o complacer a los dioses que generalmente ignoro. Pasos en falso, entrar con el pie derecho, averiguar arcanos números en los que figurar mi suerte. Rituales inconfesables y monótonos como telón de un fondo inadvertido.
Una fingida distracción, un distraído deseo por que todo cambie y siga igual a lo que nunca fue y crees hubiera sido mejor. Nunca...
Pasó delante del local oscuro y percibió el zumbido de la desgracia, jóvenes decapitados precipitan su tiempo retando las reglas de un juego fagocitador, todos vigilan a todos, desconfían. Podrían contener su vida en una ficha, una bola y 2 hielos verdes que esperan al fondo de otro vaso vacío. Pero ahí estaba yo, jugándome la piel sin esperanza y a punto de cruzar el umbral de mi mismo a través de ojos que no ven y sólo calculan distracciones y probabilidades, recuento de frecuencias cardiacas, de sudores que perlan frentes y escurren manos. Dame otra.
La vida entera en un golpe de suerte se voltea, oscila y acaba hundida en una eterna mala racha.
Aún recuerdo el instante en que pude haber apostado por no hacer caso a tus palabras, el minuto previo a conocerte y perderme.
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