Mi barrio fue
desapareciendo
y en el recuerdo
se perdieron
mis ojos,
prendidos
en el fragor
de batallas y amapolas,
malvas sin aliento,
higueras exultantes
de frutos mordidos
del sexo
que las siestas.
Persianas
en las que adivinar
tus ojos, caminos
de tierra sin cansancio
y el humilde arroyo
de mi destino.
Aún guardo los latidos
del viejo kiosko verde
hasta a la arboleda,
el rumor de
aromas antiguos
de lo que fue
aún antes, la eterna
primavera que ya no
nos resurge, perdida
por sueños canalizados
y urbanismos maleducados.
Los árboles lugareños
derribados, tocados,
hundidos en
este nuevo
jardín del Edén
prefabricado y vendido
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