Entre la nebulosa londinense de los años anteriores a 7 y a partir de ese número en forma de cábala, apareció de golpe la realidad. Ella estaba muerta: Fin. ¿Cómo seguir? ¿Adónde? Y en su lugar apareció el estigma de ser observada, medida, compadecida en una suerte de zoológico sentimental en el que aparecían conocidos y desconocidos, familiares y gentiles.
Una constante comparación con lo normal y lo que no lo es ¿qué es?, el tener y no tener, el ser y no ser.
Fuí cubriéndome de un exoesqueleto aún blando en el que las satisfacciones sólo venian de mi misma y eran ajenas a cualquier norma o estímulo exterior.
Aparecieron los años de febril juventud a golpe de hormona y transgresión que chocaron esta vez con la irrealidad del amor, aquella en la que volvemos a ser únicos con el otro en uterina comunión. Y, ¡poderosa Afrodita!, también aparecieron los hijos.
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