En aquella calle serpenteaba el camino hacia sus brazos, recordados en algún remoto rincón donde se encierra una nostalgia acallada, imprevistos en el encuentro repentino usurpado a la dificultad y aún en medio de los obstáculos.
Verle me pinto una sonrisa que ya no suelo usar a menudo. Su cuerpo me afianza con una asombrosa exactitud dónde mi cuerpo se amolda a él como si nunca antes nos hubiéramos separado.
Algo atropellados, desviamos lo físico y dejamos paso al torrente de palabras que quizá guardamos desde la última vez, no es fácil encontrar verdadera camaradería en estos tiempos de mortecinas líricas y distraídas amistades.
Siempre me gusta escucharle y oírle. Su voz acomoda mi pensamiento y lo hace más proclive aún al interés desinteresado. Sólo tú, aunque quizá acabe hablando yo, pero no son necesarias demasiadas explicaciones. Tampoco ningún juicio, apenas comprensión y un cariño que inesperadamente nos ha encontrado sentados a cada lado de la mesa, como y desde la primera vez, tan claros bajo un sol de justicia.
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