La mucosa nasal se secó formando costras y heridas agravadas por el humo del cigarro. Aquel verano era de una claridad postnuclear y el calor detenía la actividad de la ciudad hasta lo fantasmal.
Trabajaba hasta catorce horas diarias en el proyecto a destajo. 8 de rigor y las restantes para ahuyentar los demonios de la soledad y para remontar la nueva mala racha económica.
Salió ya de noche y llamó a su móvil en el que nadie contestó. Silencio.
Volvió a casa para volver a conectarse a otra pantalla y, aburridamente, intentar cambiar su vida a un trabajo mejor, un conocimiento mejor, un mundo mejor, un día mejor cuando el banner se coló y le habló de lo que le pasaba. Un punto de encuentro dónde partir a medias la soledad o intentar ahuyentarla.
Se dío de alta en aquel espacio de corazones solitarios con la idea de compartir tiempo, alma y cuerpo mientras el verano ardía.
Pasaron algunos meses y, a la vuelta de las vacaciones, se produjo el primer contacto. Un breve flirteo que acabó en un encuentro rápido en una intercambiador, una coca-cola con un beso final y furtivo sin sentido.
A los pocos días un nuevo encuentro, recogida en un "mini" previsiblemente alquilado pues su altura no se correspondía con aquel habitáculo. Hotel, desnudez y un sexo largo y blando, falto de suficiente erección y de toda pasión. Apenas un breve y siguiente encuentro y hasta otra, también tan fugaz y breve como tibia. Después un e-mail de despedida por motivos tópicos. Un profesional del desamor.
Vacía, desierta e incapacitada de su verdadero epicentro amatorio, volvió a apostar en esa feria de cadáveres buscando la vida y encontró ficciones exentas de toda pasión hasta que el invierno y los catarros se mezclaron con sus propios fluidos vaginales y el coito resultó tan excitante como el olor de los urinarios públicos.
Pensó entonces en dedicarse a la prostitución, así al menos sacaría algo de todo ello.
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