Se disfrazó de sus mejores sonrisas, la gala de la juventud, y una vez más acudió a la cita, otra distinta pero previsible como todas. El juego comenzó. Unos fueron al bingo, otros a las carreras, otros a la ruleta, otros al sexo cifrado en disfraces de bailes de máscaras. Extrañas formas. Formas de relación ajenas e intermediarias de personas desconocidas con una excusa común.
El me encuentra en la calle otro día y me vuelve a mirar liquidamente con mirada bovina, azul y lasciva en la que no encuentra nunca la distancia exacta para charlar, en realidad monologar sobre sus recuerdos y extrañezas de no habernos vuelto a ver. Es insistente, pesado. Me mandará flores, frutas y regalos caros con tarjetas bellamente decoradas y tópicos versos mal escritos.
Torpes formas, fines descubiertos, recubiertos del dinero que le sobra, Ningún interés.
Educadamente, respondo que ha sido divertido gracias, pero ya no quiero jugar más ni siempre a lo mismo.
Esconde la angustia azul de su mirada bovina, el sudor de sus manos engarfiadas de poseer lo inaprensible. La etiqueta del cóctel y de sus camisas con iniciales bordadas detrás de una corbata castradora de hombres y como triste simbolismo fálico en recuerdo de que es un hombre.
No alcanza a entender más que lo que tiene en su cabeza o entrepierna y quiere conseguir que sea su pasatiempo, su juego prohibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario