Detengo la vista sobre el acecho
fugaz, mas no tan relativo,
a aquel estado de revestida libertad,
de apertura incierta y coartada
en cualquier momento, ¿o ni siquiera llegó a existir?
salvo en el reflejo esperpéntico del ser.
Un día la puerta abierta trae
la capucha y el miedo ciego,
que la carne contenida sabe
del presagio de su tortura
y la fragilidad instantánea
de este ego por encima
de todo el bien, de todo el mal.
Un mal día el presagio se acerca,
se torna en hecho,
en cualquier parte del mundo,
para cualquiera que creyó ser,
cualquier instante de la Historia,
sólo necesarios
un hombre y otro hombre,
una amenaza a un pensamiento,
y el horror cobra vida de nuevo,
recien nacido y sangriento
al toque de queda
o en el estertor macilento de un día acabado
sin principio ni continuidad.
Una convención de locura consumida
en forma de noticias desangradas,
y la negación asesina que un día
llamará a nuestra puerta
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