domingo, 1 de abril de 2012

Tipos

Llegué al bar de carretera dispuesta a todo, a comerme lo que hiciera falta. Mi primer cliente, aquella noche, fue un tipo bajito y calvo con la lascivia disfrazada y oculta en un laberinto de alma atormentada que, tras escuchar un rato sus contradicciones, acabó dándome la vuelta para meterme una polla corta y gruesa por el culo, mientras me manoseaba nerviosamente las tetas con unas manos aún más cortas que su pene.

Despaché a aquel tipo, que pretendía continuar haciéndose el simpático e inmiscuirse en mi vida para seguir contándome la suya y me arreglé. Lavado, maquillaje, ropa, lista para salir en busca de otro cliente. Un par de gin-tonics después allí estaba. Un tipo previsible, madurito y experimentado que comenzó por calentarme la oreja a base de pollas, coños, tetas, lamidas y corridas mientras babeaba y lanzaba miradas incendiarias a mi escote. Al borde del aburrimiento con tal repertorio aproveché para comerle el rabo y aprovechar, de paso, mis involuntarios bostezos en algo que le hiciera aullar. Así al menos, dejó de enumerar todas y cada una de las partes de sus limitados conocimientos de anatomía y práctica sexual.

Una vez terminada la operación, recibí una llamada para un servicio a domicilio. Un lujoso piso con cierta patina de confesionario y esplendores pasados. El servicio era caro, el cometido no demasiado frecuente.

La madre era casi una momia en una silla de ruedas y su hijo un tipo mayor de carnes ajadas y bigotito que me ofreció el dinero por adelantado, sin más, mientras tomaba asiento al lado de su madre.

El animal soberbio, un enorme perro blanco, elegante y experto, un verdadero macho alfa, que de inmediato me hizo sentir completamente mojada y caliente. Jugué con él mientras me iba quitando la ropa. Su lengua lamía mi piel desnuda mientras sus patas me arañaban con delicadeza. Mientras lo acariciaba e iba buscando su verga le ofrecí, a cuatro patas, mi coño que lamió olfateándolo y empujándolo con su hocico, mientras su rosado y enorme glande se expandía en toda su hermosura. Me coloqué lo mejor que pude, de cara a mi público, un ángulo suficiente para que vieran como era follada por tan majestuoso ejemplar pero también para que vieran mi cara de puta viciosa mientras disfrutaba de aquel inesperado y bien dotado compañero de juegos.

En medio de la excitación que me producía aquel Romeo con sus ritmicas embestidas y excitados gemidos, mientras yo también jadeaba y gritaba como una auténtica perra ofreciéndome de par en par, distinguí la cara amoratada, la lividez en el rostro de aquella vieja, que aparentemente sin moverse quedó de medio lado en la silla. Sin poder parar, sometida a la canina y poderosa naturaleza de aquel macho, comprendí la sardónica sonrisa del hijo, aquel voyeur que no pestañeaba y que había logrado su propósito. Por fin había acabado con ella.

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