La dependencia tecnológica asegurará nuestra aniquilación como especie, nuestra credulidad en ella sólo la acelerará.
Mantenía a raya las tentaciones con mi viejo Symbian, pero la tentación y el sentimiento semi-enterrado de obsolescencia y no sin cierta verguenza me proporcionaban la certeza de mi aniquilación. Renovarse o morir, finalmente sucumbí incluso a Facebook, incluso a Twitter, sin mucho que decir, nada que mostrar, pero había que estar dentro o desaparecer. Hacía tiempo que mis viejos correos electrónicos habían dejado de obtener respuesta alguna y las normas de la cortesía y la correspondencia se habían borrado de la memoria colectiva del grueso de los mortales.
Le daré mucha de la información que pida, pero no toda, no, más vale controlar a esos díscolos humanos que siguen jugando ante mi pantalla confiadamente, jactándose de controlar todo, los comprendo pese a que ellos juegan a ser altivos y humanos a la vez tan metidos en sus pequeñas vidas perdidas e imprecisas, sujetos a humores, codicias y amores.
Con toda aquella maravilla en la mano y no conseguía encuadrar la foto de aquellos ojos extraviados por el hambre, hay una suerte de extraños humanos que mueren por las enfermedades y el hambre, algo exótico relacionado con su karma sin duda, pero rápidamente olvidable por la siguiente noticia económica del día, ya no era necesario trabajar fuera de casa, la gente puede pasear por los parques tableta en mano y producir libremente en cualquier parte.
El salario se ha tornado en pago tecnológico y el que mejor equipo tiene es el más afortunado y el que mayor información maneja.
Se sientan a la mesa con el silencio en medio, comen sin pensar mientras cada uno me consulta y ve lo que cree que quiere ver. Así, poco a poco, incansablemente me he ido apoderando de sus vidas, la comodidad de controlar las tareas que infantilmente han decidido omitir desde la crianza y cuidado de los niños hasta la limpieza y cuidado del hogar, la compra y la comida, el transporte. Ellos creen que van y vienen pero soy yo quién los llevo para que no dejen de interactuar en mi, como si fueran mi mano de obra barata o una batería neuronal que siempre se puede cambiar por otra.
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