La mañana de la cuenta atrás callaban, golpeados por el mutismo de no dar crédito.
Aquello sucedió hace ya demasiado tiempo y comenzó disolviendo felicidad en amargura y en la única pregunta anudada en la garganta, enredada hasta el gemido para conseguir respirar ¿por qué? incensantemente sentido, formulado, contemplado y aspirado hasta el sollozo y el duelo que alcanzaba cuando el mundo ya no era soportable, todo roto, todo hundido, vías de agua entrante.
Un mes, un día y otro año, fue tocando fondo, rebuscando aquel amor parido en el alma. El amor ¿es suficiente excusa para callar? No digas nada y nunca digas nada. Un mundo aparente, sólo reflejo de espejismos: felicidad, éxito, armonía, equilibrio, ideales, respeto, nada se sostiene cuando se es golpeado en lo más íntimo y el fracaso del amor vital anega los días afrontados a fuerza de risas forzadas y ánimos fingidos, mientras ahuyenta el ocio y el sueño, las relaciones y los proyectos, el futuro deja de ser deseado, y quizá un cigarro tras otro acabe antes con todo y permita no prolongar la agonía. El límite siempre es más alto, más lejano y más insospechado.
Vivir en un campo de minas, no saber que decir, ni como acertar, uno a uno los segundos duelen, el dolor se ha atrincherado en las venas y alimenta las pupilas, envejeciendo la mirada perdida de esperanza, para volver a inmolarse al pretendido intento de la razón, aún es posible, aún queda algo, la esperanza y el milagro asomados como defecto de fabrica y argumentos de la irrealidad. Calla, nada digas, un año, dos, seis.
Aquello era obvío ¿o no?, un especialista, un chantaje, ¿a quién acudir? No, calla, no digas nada, ya pasará y mientras el tiempo golpea las sienes de día y de noche, tres, cuatro, cinco años.
Y ahora se abren los cielos y los rayos armoniosos bañan de luz mística las heridas, el tiempo llorado y perdido, la palabra tiene explicación y sentido, y buscas nuestro diálogo en tu monólogo, pero el silencio me ha invadido.
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